"GUIADOS POR UN PROPÓSITO: CUANDO DIOS PONE EN NUESTRO CAMINO A UN SER ENFERMO"
2° PARTE
A lo largo de nuestra vida, cada
encuentro, cada circunstancia, puede tener un propósito divino, incluso cuando
nos enfrentamos a desafíos que parecen abrumadores. Cuando Dios pone en nuestro
camino a una persona enferma, no es solo una casualidad, yo la llamaría providencia y una invitación a
caminar con Él, a ser instrumentos de su amor y compasión. Este encuentro nos
permite descubrir que nuestra presencia, nuestras acciones y nuestras palabras
pueden ser una fuente de consuelo y fortaleza para el otro, mientras nos
enseñan a nosotros mismos lecciones de paciencia, empatía y mucha fe.
A veces, al acompañar a alguien en su
enfermedad, puede ser fácil sentir miedo o desesperanza, especialmente cuando
nos enfrentamos a la fragilidad de la vida. Sin embargo, Dios nos recuerda en
estos momentos que Él está siempre con nosotros, guiándonos y dándonos las
fuerzas necesarias para seguir adelante, incluso cuando todo parece oscuro. Es
en esos momentos difíciles cuando su presencia se hace más palpable, porque, al
caminar al lado de alguien que sufre, estamos compartiendo su carga y, al
hacerlo, experimentamos la gracia divina que nos sostiene y nos impulsa a
seguir.
Este proceso no sólo es una oportunidad
para servir y dar amor, sino también para fortalecer nuestra propia fe. Nos
invita a reconocer que, aunque la vida no siempre sea fácil ni justa, hay un
propósito en cada situación, y Dios, con su sabiduría infinita, nos guía a
través de cada prueba. Nos enseña que el amor no tiene barreras, que podemos
ser luz de esperanza en medio de la oscuridad, y que, al vivir para el
bienestar de los demás, estamos viviendo en el propósito divino que Dios ha
dispuesto para nosotros.
Así, al caminar junto a alguien que
enfrenta la enfermedad de un cáncer terminal, no solo estamos ayudando a aliviar su sufrimiento, sino
que estamos siendo testigos de la transformación que se produce cuando nos
entregamos al amor incondicional, confiando en que cada paso que damos es
guiado por el Señor. En la solidaridad y el servicio, encontramos una conexión más
profunda con Dios, quien nos enseña a amar al prójimo como Él nos ama, sin
reservas, sin expectativas, solo con el corazón abierto.
Este llamado a servir y acompañar nos
recuerda que, aunque el camino a veces sea incierto y lleno de dolor, siempre
podemos caminar con confianza, sabiendo que Dios está a nuestro lado, guiándonos
y sosteniéndonos con su amor eterno.
Vivimos en una época donde el
egoísmo, la indiferencia y la desconexión parecen dominar en lugar de la
compasión, la solidaridad y la empatía. En muchas ocasiones, nos enfocamos
tanto en nuestros propios intereses y preocupaciones que nos olvidamos de mirar
más allá de nuestro círculo inmediato y reconocer las luchas de los demás.
En un mundo que avanza rápidamente,
la competencia y el individualismo pueden hacer que nos sintamos aislados unos
de otros, y que nuestra percepción de lo que es importante se limite a nuestras
propias vidas y logros. Este tipo de mentalidad nos desconecta del dolor ajeno,
de las realidades que viven muchas personas que luchan cada día por sobrevivir, aferrándose a la vida, el querer sanar y poder encontrar un poco de esperanza en medio del sufrimiento. La
falta de misericordia y empatía se refleja en la manera en que tratamos a los
demás, y muchas veces, la indiferencia se vuelve la norma.
En este contexto, el desafío no es
sólo reconocer la falta de valores en la sociedad, sino actuar con amor, con
empatía y con conciencia para reavivar esos principios. No necesitamos esperar
a que todos cambien de golpe; basta con que cada uno de nosotros, desde su
lugar, haga un esfuerzo por aportar con pequeños gestos de humanidad. Al final,
cuando más personas eligen vivir con piedad, el impacto colectivo puede
transformar el mundo, devolviendo la esperanza a aquellos que más lo
necesitan.
Sin embargo, no todo está perdido. La
buena noticia es que, aunque los valores puedan parecer desmoronados, siempre
tenemos la posibilidad de revivirlos a través de nuestras acciones cotidianas,
porque la compasión no se extingue por completo, aunque a veces sea difícil de
encontrarla.
¡Que el Señor nos bendiga y la Virgen
nos proteja!
Tu amiga
Mirtha Villarroel de Rocha
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