"HASTA QUE EL CUERPO DIJO BASTA"

Quiero abrirles el corazón y compartir algo que marcó hace más de un mes mi camino de una forma que no esperaba. Durante mucho tiempo viví con una energía que parecía inagotable: haciendo, resolviendo, corriendo de un lado a otro, a la escuela, la oficina jurídica, los hijos, los grupos solidarios. Sin darme cuenta, convertí la actividad constante en mi forma de vida, y confundí productividad con propósito. Pero un día, mi cuerpo y mi alma dijeron basta.

Tuve que retirarme, hacer una pausa forzada. Al principio fue frustrante… ¿cómo parar cuando estás acostumbrada a moverte todo el tiempo? Pero en ese silencio, en esa quietud que al principio me asustaba, Dios comenzó a hablar de una forma nueva. Me sostuvo, me acompañó, y me mostró que hay un tipo de fortaleza que sólo se encuentra en la debilidad reconocida, en el descanso sincero, en la oración silenciosa, en lo oculto.

Aprendí que el mundo sigue girando, incluso cuando yo paro. Y que, a veces, lo más espiritual no es hacer más, sino estar más. Estar más presente, más disponible para Dios, para los demás, para uno mismo.

Hoy quiero compartir esto no como una historia, sino como un testimonio de restauración. Si estás corriendo sin detenerte, si hace tiempo no escuchás tu alma, si sentís que no hay espacio para el silencio… quizás este mensaje sea una invitación. No esperes a que la vida te obligue a frenar. A veces el verdadero milagro ocurre cuando simplemente te detienes, cierras los ojos, y dejas que Dios te hable bajito.

Vivía a mil. Trabajando sin descanso tomando en cuenta desde mi niñez, haciendo del trabajo un hábito. Me acostumbré a correr, a llenar cada minuto, hacer lo que me gusta como es escribir, pero postergando el descanso. La vida era una lista de tareas cumplidas y metas alcanzadas. Hasta que el cuerpo, sabio y silencioso, decidió hablar. No con palabras, sino con señales que no quise escuchar. Y entonces gritó. Y me obligó a parar.

Este texto no es sólo mi historia; es una alerta para quienes, como yo, creen que siempre pueden más, que descansar es perder el tiempo. Ojalá no tengas que llegar al mismo límite para entender que el equilibrio también es parte del éxito.

No esperes a que la vida te frene

Vivimos corriendo, como si el tiempo fuera un enemigo al que hay que vencer. En medio del ruido, olvidamos lo esencial: respirar, sentir, estar presentes. Yo también pensaba que podía con todo, que parar era un lujo. Hasta que la vida, con su forma implacable, me enseñó lo contrario.

Este relato es una invitación a detenerte por voluntad, antes de que sea por obligación como me ocurrió a mí. A mirar alrededor, a reconectar contigo. Porque a veces, el freno más duro no viene del cuerpo, sino del alma agotada de no ser escuchada.

El día que entendí que correr no es vivir

Durante años, confundí movimiento con vida. Pensaba que estar ocupada era sinónimo de ser útil, de estar viva. No sabía que en esa carrera me estaba perdiendo a mí misma. Tuvo que llegar un día, uno de esos que cambia todo, para darme cuenta de que vivir no es correr: es sentir, es detenerse, es respirar profundo.

Este mensaje va para ti, que quizás hoy vas en piloto automático. Que pospones el descanso, que vives para después. Ojalá mis palabras te sirvan como una pequeña pausa en tu rutina. Como un espejo donde puedas preguntarte: ¿estoy viviendo… o sólo avanzando?

Cada vida es una historia, es un testimonio de entrega, de amor y de fe. Cuántas veces hemos sido un instrumento de consuelo y esperanza para tantos, y aunque nuestro cuerpo pidió una pausa, no hicimos caso, desconociendo que esa pausa también es sagrada.

A veces, un alma cuidadora y cansada necesita ser cuidada, y eso no es egoísmo, sino sabiduría. Pero no entendemos o no queremos entender.

Tomar la decisión de alejarse de actividades, compromisos con grupos, de las amistades y hasta prescindir de un móvil tan cotidiano en su uso, resultó atormentado y para quienes me rodean, fue un acto de obediencia, tanto médica como espiritual. Cuando actuamos con esa entrega de alma, vida y corazón, y cuando se entrega tanto, es natural que también se agote el recipiente que lo contiene.

"Gracias Señor por la pausa"

Hoy quiero levantar mi voz no para contar una historia triste, sino para dar Gracias a Dios.

Por permitirme detenerme. Por mostrarme, a través del cansancio y el silencio, que la vida no se trata sólo de hacer, sino de ser. Gracias por recordarme, aún en medio de lo difícil, que tengo vida. Que cada día que abro los ojos y respiro, es un regalo… un privilegio que otros ya no tienen.

Gracias Señor por poner en mi camino a un ser que necesitaba amor, compasión, y simplemente presencia. Porque en medio de mi pausa, entendí que también puedo ser refugio, que incluso desde la fragilidad puedo acompañar.

Esta pausa no fue planificada. Fue obligada. El cuerpo habló. Gritó. Y por fin lo escuché. Pero lejos de vivirla como una pérdida, la recibí como una bendición. Porque en el silencio encontré a Dios más cerca, hablándome suave, guiándome con ternura.

Hoy sólo puedo decir: ¡Gracias, Señor! Por el descanso. Por la vida. Por cada suspiro. Por enseñarme que incluso cuando todo se detiene, tu amor sigue en movimiento.

Hoy quiero abrir un pequeño espacio para compartir algo muy personal. No fue fácil hacer un retiro largo, sobre todo cuando estás tan acostumbrada a moverte, a estar disponible, a decir sí a todo y a todos. Pero hubo un momento en que mi cuerpo ya no pudo más… y tuve que parar. No por elección, sino por necesidad.

Al principio, ese silencio me inquietó. Me sentía inútil, invisible, vacía. Pero ahí, en lo oculto, en la quietud donde nadie me veía, ocurrió algo hermoso: Dios me salió al encuentro, lo sentía mucho más cerca.

Fue en esa incomunicación forzada donde descubrí el valor de lo que muchas veces ignoramos: el descanso, el silencio, la oración en lo escondido. Allí donde no hay halagos, ni miradas, ni actividad… sólo la presencia de un Dios que no necesita que hagamos más, sino que estemos con Él.

Hoy doy gracias por esa pausa, porque en ella Dios me sostuvo, me habló con ternura y me recordó que mi valor no está en lo que hago, sino en lo que soy: su hija, profundamente amada.

Y también doy gracias porque, en medio de mi fragilidad, Él me usó para acompañar a otros. Porque aun cuando yo necesitaba ser cuidada, Él me permitió cuidar. Así es el amor de Dios: se multiplica incluso en nuestras lentitudes.

Mi deseo al compartir esto es que no esperés a que la vida te obligue a frenar. Que te regalés tiempos de silencio, de descanso, de oración sincera. Que sepas que Dios habita también en lo pequeño, en lo oculto, en lo quieto.

Gracias por caminar conmigo Señor, gracias por darme más tiempo para orar, y gracias por estar aquí escribiendo. Hoy entiendo que el silencio no es ausencia, sino presencia plena. Que detenerse no es rendirse, sino confiar. Y que cuando todo se apaga afuera, es porque Dios quiere encender algo adentro.

Mi oración es que también vos te animés a hacer espacio para ese encuentro íntimo con Él, donde no se necesita hacer, sólo ser. Porque en ese lugar oculto, silencioso y sagrado… Dios restaura, sana y vuelve a empezar.

¡Que el Señor nos bendiga y la Virgen nos proteja!

Tu amiga

Mirtha Villarroel de Rocha

 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog