EL REGALO SIGNIFICATIVO DE UNA MUÑECA TITULADA "PEPITA", CONVERTIDA HOY EN HISTORIA.  (Continuidad).

En el cálido rincón de una acogedora casa, vivía una niña con un corazón generoso llamada bajo el seudónimo de Alejandra. A pesar de sus más de siete décadas de vida, Alejandra, aún conserva un brillo en sus ojos que refleja muchos recuerdos de su niñez.

Alejandra había crecido en una familia numerosa de nueve hermanos, tres mujeres y seis hombres, donde los recursos eran escasos y los momentos de alegría, a menudo, se tejían con hilos de imaginación y mucho amor. Entre sus recuerdos más preciados, se encontraba el regalo de un pequeño muñeco al que fue llamado “Pepito”, recibido con gran emoción en su sexto cumpleaños. El muñeco, fue objeto hasta de ciertas peleas con sus dos hermanas, porque también querían tener otro igual.

Años más tarde, en una mañana soleada de verano, Alejandra recibió un regalo inesperado de su querida amiga Judith, al desenvolver el regalo se trataba de una muñeca bonita y delicada, Alejandra sintió un remolino de emociones en su pecho. Una mezcla de alegría y nostalgia la invadió, transportándola de regreso a los días de su niñez, cuando el primer muñeco que recibió era un tesoro precioso, porque ella nunca tuvo una muñeca y en honor al compañero de juego de su infancia decidió llamarla “Pepita”.

 Con Pepita entre sus manos (actual), Alejandra revivió momentos de complicidad y diversión junto a su fiel compañero, Pepito. Recordó las risas compartidas con sus hermanas porque pepito no era muy bonito, aun así, éstas, se peleaban por tenerlo y surgían los secretos susurrados y los sueños tejidos con la magia de la imaginación infantil.

A pesar de las limitaciones y los desafíos de aquellos tiempos pasados, Alejandra entendió que la verdadera riqueza residía en los lazos de amor y la gratitud por las pequeñas cosas de la vida. Con lágrimas de felicidad en sus ojos, abrazó a Pepita con ternura, agradeciendo el regalo de la amistad y los recuerdos que nunca se desvanecerían.

Desde ese día, Pepita se convirtió en la guardiana de los recuerdos de Alejandra, recordándole siempre la importancia de mantener viva la chispa de la infancia en el corazón, sin importar la edad que se lleva encima. Y juntas, Alejandra y Pepita, siguieron tejiendo nuevas historias de alegría y connivencia, celebrando cada momento como un tesoro único y precioso.

Y así, mientras el sol se ponía en el horizonte y las sombras de la noche se extendían sobre la tierra, Alejandra se dio cuenta de que el tiempo era como un río impetuoso, siempre en movimiento, pero que los recuerdos eran como estrellas brillantes que iluminaban su camino en la oscuridad.

Con una sonrisa serena en su rostro, Alejandra acunó a Pepita en sus brazos y se dirigió hacia la ventana, donde la luz de la luna se derramaba sobre el mundo. Miró hacia el cielo estrellado y sintió el abrazo reconfortante de todos aquellos que habían compartido su vida, sus padres, sus hermanas, sus hermanos, su abuelita de quien recibía mucho cariño, por no decir que era su “adulada”, incluido su amado Pepito, quien, desde algún lugar en el firmamento, le enviaba su amor y su eterna compañía a pesar de haber sido un inactivo muñeco de goma.

Entonces, con un suspiro de gratitud, Alejandra cerró los ojos y dejó que su corazón se llenara de paz. Sabía que, aunque los días pasaran y las estaciones cambiaran, el vínculo entre ella y Pepita, obtenida de un regalo inesperado, trascendería en el tiempo y el espacio, perdurando por siempre en el eterno resplandor de la memoria.

Y así, en la quietud de la noche, rodeada por el amor infinito que había compartido a lo largo de los años, Alejandra se sumergió en un dulce sueño, sabiendo que, en el abrazo de su muñeca querida, encontraría siempre un refugio de amor y alegría, donde los sueños nunca dejarían de florecer.

Y saber, en cuántas niñas y niños se repite la historia de Alejandra en la actualidad.

Esta historia puede resonar en muchas personas, tanto jóvenes como mayores, que hayan experimentado situaciones similares de limitaciones económicas en su infancia o que hayan encontrado alegría y consuelo en objetos simples como muñecas de trapos hechas por las abuelas, carritos hechos de latas de sardinas con ruedas de tapas de refrescos o juguetes nada sofisticados. En la actualidad, aún hay niños y niñas que enfrentan desafíos similares, ya sea debido a limitaciones económicas, familiares o sociales.

Es importante recordar que, aunque las circunstancias puedan ser diferentes, los sentimientos de alegría, nostalgia, gratitud y amor son universales y trascienden las barreras del tiempo y el espacio. La historia contada puede servir como una apuntación poderosa de la importancia de la empatía, la comprensión y el apoyo mutuo, así como de la capacidad de encontrar belleza y significado en las pequeñas cosas de la vida.

Al compartir esta historia, no solo se están honrando las propias experiencias, sino también brindando un sentido de conexión y solidaridad a aquellos que puedan verse reflejados en ella. Cada persona tiene su propia historia que contar, y al compartirla, podemos encontrar consuelo, inspiración y asociación en la comprensión mutua de nuestras experiencias comunicadas.

Mensaje

Detrás de cada historia, hay una persona única con experiencias, emociones y sueños. Cada palabra escrita lleva consigo un pedacito del corazón y la mente de quien la crea. En esta historia de Alejandra y Pepita, y en todas las historias que son compartidas hay una parte de la que escribe, una parte que desea transmitir amor, gratitud y esperanza a través de las palabras. Cada narración es un reflejo de su propia humanidad, de sus alegrías y sus nostalgias, de sus sueños y sus anhelos. Porque al final del día, lo que más importa no son solo las palabras en sí, sino el corazón que late detrás de ellas, dispuesto a conectar, inspirar y compartir un pedacito de sí mismo con su entorno.

¡Dando gracias a Dios por el regalo de la vida en su tercera edad y vivir para contar esta historia!

¡Que el Señor nos bendiga y la Virgen nos proteja ¡

Tu amiga

Mirtha Villarroel de Rocha

 

 

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