“LA PACIENCIA DEL SEMBRADOR” Mateo 13, 24-43

 ¿Por qué existe el mal en el mundo y Dios lo permite?  ¿Por qué el silencio de Dios? ¿Qué hace Dios?  la respuesta de Dios es muy clara:  “Déjenlos crecer juntos hasta la hora de la cosecha”

En tiempos antiguos, en un pequeño pueblo rodeado de campos fértiles, vivía un sabio sembrador llamado Samuel. Todos los habitantes del lugar admiraban su habilidad para cultivar y cosechar las más exquisitas y diversas variedades de frutos y cereales. Pero un día, surgió una pregunta en la mente de algunos de ellos: ¿Por qué existe el mal en el mundo, y Dios lo permite?

Un grupo de personas se acercó a Samuel en busca de respuestas. Querían entender por qué, en medio de su maravillosa labor, también veían la presencia de hierbas dañinas y malezas que amenazaban con sofocar y arruinar sus cultivos.

El sabio sembrador sonrió y los invitó a acompañarlo en un recorrido por sus campos. Mientras caminaban, Samuel explicó: "La vida es como un campo de cultivo, y en cada corazón humano, hay semillas de bien y de mal. Dios es el Sembrador que plantó en cada ser humano la semilla de la bondad, el amor y la verdad, pero también permitió que crecieran las semillas del mal, como la envidia, la avaricia y la crueldad".

Los habitantes escuchaban atentamente mientras Samuel continuaba: "Dios sabe que el mal existe, pero también confía en la libertad que ha dado a sus criaturas. Cada uno puede elegir qué semilla alimentar y permitir crecer en su interior. Es esa libertad la que nos hace humanos y nos da la oportunidad de crecer y aprender".

Los aldeanos, aún con dudas, preguntaron: ¿Por qué Dios no elimina el mal entonces? ¿Por qué permite que cause dolor y sufrimiento?"

El sabio sembrador pausó un momento, miró al cielo y respondió: "El silencio de Dios no es indiferencia; es sabiduría y paciencia. Dios sabe que el tiempo es necesario para que cada semilla dé su fruto. Él nos enseña que la verdadera comprensión y el amor no pueden imponerse, sino que deben ser cultivados y descubiertos por cada individuo".

 Mientras llegaban a la parte más alejada del campo, los aldeanos vieron que allí, junto a los cultivos, también crecían las hierbas dañinas. Samuel les dijo: "Así como en este campo, el mal y el bien crecen juntos, Dios nos pide que no juzguemos prematuramente ni tratemos de erradicar el mal a toda costa. Porque si lo hacemos, corremos el riesgo de dañar también lo bueno que existe en cada ser humano".

Los aldeanos asimilaron las palabras del sabio sembrador y comprendieron que el camino hacia la armonía y la justicia no consistía en eliminar a quienes hacen el mal, sino en cultivar el bien en sí mismos y en los demás.

Así, aprendieron que la coexistencia del bien y el mal en el mundo era una prueba de paciencia, confianza y amor. Decidieron, entonces, trabajar juntos para alimentar las semillas de bondad en sus corazones y en su comunidad, sabiendo que, al llegar la cosecha de Dios, la luz prevalecería sobre la oscuridad y la abundancia de amor disiparía cualquier sombra de mal.

Desde aquel día, la sabiduría del sembrador se propagó por todo el pueblo, y sus campos florecieron con cosechas generosas y diversidad de frutos. Y así, cada persona comprendió que el camino hacia la redención estaba en elegir la senda de la luz y permitir que el amor de Dios guíe sus pasos.

En el orden natural una mala hierba chupa el jugo a la buena que crece junto a ella. 

En el orden espiritual  por malos que sean los que nos rodean  no pueden quitarnos la libertad para obrar el  bien.

Que el Señor nos bendiga y la Virgen nos proteja”

Tu amiga

Mirtha Villarroel de Rocha

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