NO LE HABÍAN QUITADO LA VIDA, PORQUE NO HABÍA LLEGADO LA HORA

 LECTURA Y REFLEXIÓN 

LEE: Jn 7,1-30

¡QUIERO MORIR CONTIGO SEÑOR! ¡QUIERO MORIR AL PECADO! 

Se acerca la Semana Santa y los relatos evangélicos de la Sagrada Escritura y hasta la película de la Pasión de Cristo nos conmueve y decimos; pero ¿Cómo han podido llevarlo a una muerte cruenta e injusta? Es posible, cuando hemos decidido optar por el pecado y cuando extiendo mi mano como Pilato  para dictar la sentencia de muerte al reo, igual como los sumos sacerdotes y letrados, alentaron al pueblo judío  para gritar:,¡Crucifícale! ¡Crucifícale!...

Meditemos en este Evangelio,   que ya se termina el retiro espiritual y llega el tiempo de las confesiones, que seguro muchos ya lo hicimos y no es válido para  un cristiano auténtico, que después de vivir una cuaresma, de orar, ayunar, escuchar el Evangelio durante 40 dias, volvamos  a lo mismo, volvamos a pecar. No entremos al grupo de los que  quieren hacer desaparecer a Jesús, como en aquella época,  cuando somos conscientes que estoy dañando con mi lengua, al criticar, hablar mal de otro, pecando  con mi mente, cuando voy tejiendo y formando en mi esquema mental  la maldad, los malos deseos de la carne y los  hago realidad aferrándome al maligno.

Jesús quiere romper esas cadenas de la muerte espiritual, de la muerte con la familia, con las amistades, porque todo aquello que genera muerte huele mal y cuántas veces hemos intentado también como Jesús, decirle a nuestro hermano que está haciendo mal, que cambie de actitud, que deje atrás esa soberbia, pero resultamos  una piedra en el zapato y eso le duele al hermano, pues lo mejor, es deshacernos de lo que estorba. Eso hicieron los judios con Jesús y lo mataron, dándole muerte en una Cruz, no quisieron reconocer que  mataban al mismo Dios que vino para rescatarnos del pecado  y  hoy también nosotros  hacemos lo mismo hasta conscientemente.

Como seres humanos debemos llorar por nuestros pecados y dejar que el Señor corte a la luz del Evangelio, todas esas obras del mal  que albergamos en nuestros corazones y en la Pascua de Resurrección, resucitemos junto al Señor, dejando nuestro sepulcro mal oliente y decirle: ¡Señor, aquí estoy para hacer tu voluntad! y quiero morir al pecado que me atormenta, a la historia que me alejó  de Dios, para resucitar a una nueva vida,  a la vida con Jesús.

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