LA FE, LA CONFIANZA Y LA MISERICORDIA ANTE EL COVID-19.
TOQUE ESPIRITUAL
El enemigo destructor entró como un ladrón muy sigilosamente en nuestras casas mientras dormíamos profundamente...
Ante los acontecimientos que muestran claramente que el estigma o huella y el miedo en torno a esta enfermedad que es transmisible, dificulta entender el comportamiento discriminatorio hacia las personas que se encuentran sufriendo en este contexto.
Es así que a quien se detecta con el virus ya se le da un rótulo, se la excluye, se la trata por separado, se evita acercarse. Las manifestaciones de afecto, amor, cariño se ha vuelto una desgracia, es como si se diera muerte lentamente a la persona que lo contrae y hasta se experimenta una pérdida de estatus debido a esa conexión con la enfermedad.
Esta pandemia entró a nuestra vida cotidiana, a la del vecino, a las comunidades y atrapó lo que más queremos, nuestros ancianos, nos hemos vuelto incapaces hasta de pensar en buscar un médico en caso de tener síntomas, con mayor razón si somos asintomáticos.
Oportuno es
tomar al pie de la letra el mensaje del Papa Francisco cuando rezó en soledad en la Plaza de San Pedro por primera vez en la Iglesia Católica. Cuando dijo, al igual que los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. "Nos dimos cuenta que estamos en la misma barca" , todos frágiles y desorientados, pero al mismo tiempo importantes y necesarios " Estamos llamados a remar juntos".
Al irrumpir el COVID-19 el desarrollo de nuestra vida, vivimos una realidad inesperada, un futuro aún más incierto que nos preocupa, porque ha sido capaz de traer lamentos y gritos, muerte y desolación, a su paso destruyó proyectos, esperanzas, fuentes laborales y sueños que se esfuman, pero no todos hemos tomado conciencia, a pesar de todo eso sigue habiendo indisciplina y desobediencia.
El COVID-19 llegó a separar a las personas aún estando bajo el mismo techo y sentimos emociones propias del ser humano, como el miedo, pánico, ansiedad, incertidumbre. Pero más miedo hay a la muerte, al perder un ser querido, verlo entrar a un aislamiento, saber que estará en terapia intensiva y quizá ya no se volverán a ver y si muere, las familias quieren por lo menos tener el consuelo de enterrar dignamente a su ser querido.
Y por qué excluir al enfermo, se habla demasiado en su contra, se busca culpables y no nos atrevemos a gritar "te quiero" sin que haya parentesco. Esta no es la única pandemia han existido muchas pestes en la historia de la humanidad.
Y lo triste es que actualmente no hay acercamiento, no hay saludo, aprieto de manos, no hay abrazo, ni beso como se acostumbra en nuestra cultura. Todos estos gestos hoy se ven como una amenaza y son dejados de lado, no sabemos por qué tiempo.
Esta pandemia es el virus de la soledad y del aislamiento, donde se corre el riesgo de la solidaridad para con el que sufre por temor al contagio. Marca la vida del ser humano, hay un antes y un después de los hechos.
Creo que nos hemos vuelto inmisericorde. Debemos repensar la presencia de Dios en nuestra vida, en nuestros proyectos, si estamos aislados o somos obligados a aislarnos, no desconectemos la unión con Dios, no nos aislemos de su presencia, porque es el único que nos puede salvar de esta catástrofe mundial.
ÉL nos hace entender lo esencial de nuestra vida. No perdamos nunca la Fe, la Esperanza y dirijamos con misericordia también nuestra mirada hacia el prójimo, dejando atrás la estigmatizacion y la discriminación.
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