MES DE MARÍA, DÍA 30
DÍA 30: ¡No dejar de rezar, por lo menos tres Avemarías...!
Cuenta San Alfonso María este sucedido: en 1604, a dos jóvenes de Flandes, que
llevaban una mala vida, al pasar una noche en casa de una mujer pecadora, de
vida deshonesta, les ocurrió lo que se cuenta a continuación:
Ricardo, uno de los jóvenes, salió de aquella casa y cuando llegó a la suya se
acostó. Una vez en la cama se acordó de no haber rezado las tres Avemarías, que
acostumbraba rezar todos los días a su Madre la Virgen. El sueño ya le había
vencido, pero venciendo la pereza las rezó, aunque sin mucha devoción y luego
se acostó de nuevo.
Apenas había empezado a dormir notó que alguien golpeaba con fuerza la puerta
de su habitación.
Quien golpeaba la puerta era el alma de su amigo. (Cuando morimos, nuestra alma
sigue viviendo, y en algunas ocasiones permite Dios que, de forma
extraordinaria, actúe físicamente. En este caso lo permitió Dios para que
Ricardo cambiase de vida).
Ricardo se levantó y sin abrir la puerta preguntó: -¿Quién eres?
-¿Es que no me reconoces?, ¡soy un desgraciado,
-exclamó triste el alma del amigo- estoy condenado!
- ¿Cómo así?
-Tienes que saber, Ricardo que, al salir de aquella
casa me atacaron y caí muerto ahogado; mi cuerpo quedó tendido en la mitad de
la calle y mi alma está en el infierno. Lo mismo te hubiera pasado a ti, pero Santa María te salvó de él por las tres
Avemarías que le rezas cada noche. Y acabó diciendo: aprovecha esta
revelación de la Madre de Dios, tú que tienes tiempo. Y desapareció.
La Virgen quiso que el alma de su amigo le revelase a Ricardo lo sucedido para
que cambiase de vida. Ricardo se puso a llorar y a dar gracias a la Virgen;
sonaban entonces las campanas de la iglesia y decidió ir a confesarse y hacer
penitencia.
Fue y se lo dijo a los sacerdotes; estos, que no lo creían, se dirigieron a la
calle donde estaba el cuerpo de su amigo y lo vieron muerto y tendido en mitad
de la calle; comprobaron así que Ricardo no había mentido. A partir de entonces
Ricardo cambió de vida e hizo muchas cosas por Dios y por los demás.
Perdona,
María, las veces que rezo el Avemaría sin atención, como de carrerilla, sin
darme cuenta que te lo estoy diciendo a Ti. Procuraré fijarme más en los
pronombres en segunda persona (Tú, te, contigo). De todas formas, aunque me
siga distrayendo, no me preocupa: sé que te gusta lo que digo, y sabes que te
lo digo porque te quiero. Todas las noches te daré las buenas noches rezándote
las tres Avemarías... ¡con mucha atención y devoción!
Ahora puedes seguir hablando a María con tus palabras, comentándole algo de lo
que has leído. Después termina con la oración final.
Adaptado del texto escrito por José Pedro Manglano
Castellary (Sacerdote)
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