EL PODER DEL AMOR EN LOS ÚLTIMOS DÍAS: UNA EXTRAÑA QUE SE CONVIRTIÓ EN FAMILIA.
Dios tiene una forma única de guiar
nuestros caminos, muchas veces a través de pruebas que nos desafían y nos
enseñan lecciones profundas, pero también a través de momentos de luz y amor
que nos permiten crecer y acercarnos a Él. A veces, la vida nos coloca en el
camino de personas a las que nunca imaginamos conocer, pero que, en un
instante, se convierten en parte fundamental de nuestro corazón.
Esta extraña, que antes era solo una
cara entre muchas, ahora es alguien cuyo dolor compartimos. Aunque nunca
habíamos cruzado palabras antes, a pesar de ser vecinas, algo en su sufrimiento
nos toca profundamente, como si ese dolor se hiciera propio. En esos momentos,
el amor se vuelve un puente invisible que conecta dos almas, sin importar el tiempo
ni las circunstancias que nos separan.
El amor en estos últimos días no se
trata solo de brindar cuidado físico o alimenticio, sino de estar allí emocionalmente, de
ofrecer un refugio en medio de la tormenta. Al abrazar su dolor, entendemos
que, aunque no compartimos su historia, podemos ofrecerle lo más humano que
tenemos: nuestra presencia, nuestra compasión, y el consuelo de saber que no
está sola en su batalla. La conexión que se crea es profunda y auténtica,
incluso cuando todo lo que podemos hacer es escucharla y estar al lado de esa
persona, en silencio, en su sufrimiento.
Este acto de amor no pide nada a
cambio, sólo un corazón dispuesto a compartir el peso del dolor ajeno. Nos
enseña que todos, sin importar de dónde venimos, quiénes somos o lo que hemos
vivido, tenemos la capacidad de extender un gesto de humanidad a quien más lo
necesita.
Al final, esta extraña se convierte
en alguien cercano, alguien a quien amamos en su vulnerabilidad, y su
sufrimiento se hace un poco menos pesado porque lo compartimos.
La vida, tiene esa capacidad de
deslizarse lentamente cuando la enfermedad se convierte en una sombra
constante, pero a su vez, puede llevarnos a cuestionarnos sobre nuestras
prioridades, sobre si realmente estamos valorando lo que tenemos. Muchas veces,
la rutina diaria o las preocupaciones cotidianas nos desvían de lo esencial, y
no solemos agradecer lo que tenemos, ya sea nuestra salud o la de los que
amamos.
El poder del amor en los últimos días
no tiene fronteras. No importa cuán distantes hayamos sido antes; lo importante
es que, en el momento de mayor dolor, el amor tiene la capacidad de sanar, de
unir y de dar paz, incluso a aquellos que hemos conocido sólo en la fragilidad
de su existencia.
Aprendí esta lección que el amor y la
compasión, incluso hacia un extraño, son las fuerzas que nos unen y que nos
permiten trascender las dificultades de la vida. A veces, el simple hecho de
estar junto a alguien que atraviesa el sufrimiento es un acto que convierte,
tanto a esa persona como a nosotros mismos.
Esta lección de amor, gratitud y
humanidad, nos deben poner en el contexto de que no hay que esperar a estar en
una situación límite para valorar lo que tenemos. Cuidar a alguien enfermo y
más aún en etapa terminal, te lleva a reflexionar sobre la fragilidad de la
vida y la importancia de agradecer, de estar presentes, de cuidar a quienes
amamos cada día, sin esperar que algo trágico ocurra para tomar conciencia de
ello.
Este tipo de experiencias también nos
hacen más sensibles a las necesidades ajenas, a veces incluso nos hace más
conscientes de cuántos pasan por situaciones que ni siquiera sabemos, el vecino
que no conocemos, las historias que no vemos. Vivir con una actitud de
agradecimiento, a pesar de las dificultades o el dolor, puede ser una forma de
honrar la vida y todo lo que nos brinda, dándole gracias a Dios...
¡Que el Señor nos bendiga y la Virgen
nos proteja!
Tu amiga
Mirtha Villarroel de Rocha
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